
Confesiones de mamás Nº3: mocos
Siempre he dicho: si sacarse los mocos fuera un deporte olímpico, cada chileno tendría medalla de oro.
Cuando una tiene hijos, los mocos son tema. Para algunos, es algo asqueroso, que de solo hecho de escuchar la palabra con m, les da asco.
Para mí, una persona nada asquienta, los mocos son mocos no más. Son seres molestosos, sí, pero existen y tenemos que aprender a lidiar con ellos, con los nuestros y con los de otros. Y ahí la cosa se complica un poco. Si ya es desagradable tener que convivir con ellos en nuestro ser, imaginen lo que es eliminarlos de un cuerpo diferente al propio, como el de los hijos.
Yo también tengo mis TOC, y debo reconocer que no me molestan, sino que me perturban los niños con mocos, y mi hijo no es la excepción. A veces me autoanalizo y me veo ahí, sentada revisándolo, como los monos cuando se acicalan entre ellos. Le veo la nariz, le reviso las uñas, las orejas…me enferma que tenga seres por ahí, escondidos.
Soy una “mocobsesiva” a ultranza, lo reconozco, pero no lo puedo evitar. Y para colmo de males, el Rena, que es alérgico, anda con mocos de enero a diciembre, matinée, vermouth y noche. Y ahí aparezco yo, con esa necesidad imperiosa de tener que sacarlos, como sea, con o sin consentimiento.
Lo bueno aquí es que mi hijo coopera. Coopera tanto, que si ve un paquete de pañuelos a la mano, los saca todos, hasta el último. Y comienza a hacer sonar su nariz, porque ese pequeño ser sabe sonarse hace bastante tiempo, de manera perfecta, pero solo cuando él lo estima conveniente. Agarra un pañuelo, saca sus mocos y se los embetuna por la cara, pero se suena solito.
Por eso en mi casa no faltan los pañuelos, los que escondo o dejo a una altura que él no los pueda tomar, sino los saca de inmediato y los mastica, los usa y me deja sin nada. Y ahí me veo, camino a algún lugar sin pañuelos para sonar y, obviamente, la guagua con los mocos colgando. Como esta última situación me supera, aplico, como todas las mamás, algún comodín: manga, mi mano, polera, lo que haya a la mano, sino, a pedir prestado un pañuelo no más, como me ha pasado más de una vez en la plaza.
¿Cómo es posible que esa naricita tan linda y tan minúscula produzca tanto moco y a cada rato? Y eso que el Rena toma dos antialérgicos diarios, imaginen cómo sería mi vida si no los tomara.
Y esas cosas se reproducen como los gremlins, porque basta que lo suene y al terminar de hacerlo vienen más mocos en camino, es como un festival. En mi casa vivimos el carnaval del moco, Y TODO EL AÑO.
Y ahí aparecen las mamás preocupadas: “Parece que el niño está resfriadito” y les digo que no, que es alérgico y que los mocos son unos amigos más en nuestras vidas, unos amigos un tanto invasivos, pero parte de nuestra cotidianidad.
Y estos amigos no son todos iguales, hay algunos más sumisos y otros que son un tanto rebeldes. Que cuesta sacarlos de su escondite, que luchan con uñas y dientes para aferrarse y no terminar aplastados en un pedazo de papel, cuando lo hay, o de rehén, entre un par de dedos.
Afortunadamente todavía no llego a esa etapa donde el Rena es el encargado de hurgar su nariz, todavía no los entrega como un trofeo, pegándolos orgulloso en algún pantalón o alguna pared. Todavía no los hace bolitas y todavía no se los come, pero no creo que falte mucho. Porque en mi casa los mocos se viven, se sueñan y se comparten.
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