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Confesiones de mamás Nº 4: el pelo de los bebés

Toda mi vida he sido chascona, y la gente que me conoce lo sabe. Soy crespa a medias. Ni ondulais ni de pelo con resortes, pero tengo unos rulos locos por ahí y un tremende remolino en la partidura de al lado, que forma un súper rulo.

Mi vida con rulos no fue desde el momento en que nací, sino desde el momento en que mi mamá dejó de hacerme un moño tirante para ir al colegio, que me dejaba con dolor en el casco y los ojos chinos.
Un día decidí no peinarme y esa fue la forma cómo supe que no tenía el pelo liso, sino que se tendía a ondular un poco. Ese mismo boté el cepillo, porque es regla: el pelo crespo no se peina, cosa que a mi marido le costó mucho entender, hasta el día que me pasé el cepillo y vio el monstruo que se apoderó de mi melena. No pidió nunca más que lo hiciera.
Él también tiene harto pelo y varios remolinos. Por eso cuando supimos que el Rena venía, creímos que sería chascón. La herencia y la genética así lo decía. Pero fallamos en el cálculo.

Al momento de nacer, yo creí que me entregarían a un bebé con una chasca como la de Illapu, hasta los hombros. Y no fue eso lo que mostraron, sino más bien a un ser chiquitito, redondito, limpio, blanquito. Y con tres pelos en la cabeza. Nada parecido a lo que imaginé. Porque los genes de la familia de mi marido son muy marcados, y los de mi familia paterna también. Pero la Ley de Mendel puso sus fichas ganadoras en mi abuelo. Porque el Rena es la copia de mi tata Lucho, nada que hacer, y por lo mismo igual a su prima Isabella, que es el clon de mi abuelo.

Ya sobrellevado el tema del pelo venía lo siguiente: ¿lo pelamos? Para qué si ya era pelado. Tenía unas pelusitas que no valía la pena sacar. Y no faltaba la tía que decía que había que hacerlo, porque el pelo les crecía más lindo y no sé cuanta cosa más. Y la Contreras (yo) dijo que no. Como que me daba cosa que le salieran los pelos parados y tiesos y que cuando fuera grande tuviera que dormir con una panty en la cabeza para controlar las mechas.

Y así el Rena crecía harto, mas no su pelito, y tampoco se le caía como a otros niños que se les marcaban aureolas o manchones sin pelo…seguía igual.

Dicen también que la naturaleza es muy sabia, por que una guagua cabezona y con rulos no es compatible, menos mal que no tiene dice el papá, aunque yo sigo con la esperanza de que tenga algún rulo por ahí, como su prima Ignacia, pero ni un indicio le veo, de partida porque no le crece nada, salvo la colita, o el chocopanda, como le decimos acá, al que he tenido que mutilar de un solo tijeretazo, porque mi crío suda, y mucho, por lo que vivía con el chongo de pelo, que es todo lo que le crece, todo transpirado y mojaba la ropa.

Muchas ya tienen la foto de sus hijos en la peluquería y la han subido a las redes sociales con el lema “el primer corte de pelo de fulanito”. Lo que es por acá, con suerte, si se deja de mover en la tina, le paso rápidamente una tijera y le dejo unos machetones. No alcanza para más. Y él jura que tiene la tremenda peluca, se toma los pelos y los trata de estirar, creyendo que son como los míos que están por todos lados, porque se me caen con pasión y locura y el juego del Rena es tomarlos y estirarlos, creyendo que con los suyos pasará lo mismo, y no.
Por eso es que cuando vamos a la plaza, disfruto viendo los pelos de los otros niños, que conozco hace meses y veo cómo les crece todas las semanas, y el Rena, igual. Así que acaricio esas cabecitas chasconas como quien frota la lámpara del genio, pidiendo en secreto que esa chasca sea la del mío.

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