
Confesiones de mamás Nº 5: La Plaza
El Pepi es un niño de un año y medio, exquisito, intenso, agotador, delichochíchimo –como le digo- llevado a sus ideas, observador y hambriento. El pepi, simplemente, es el pepi.
Desde muy chiquito salía a pasear con él en coche, porque si no, uno se ponía estúpida de estar tanto tiempo encerrada dentro de la casa, y caminábamos horas. Un día, me desvié del camino de siempre y seguí caminando por Sucre y llegué a la Plaza que está con José Manuel Infante y me puse a caminar por la arenilla.
Muchas veces había pasado por ahí porque vivo cerca, otras tantas la recorrí, pero no era mamá y no tenía al pepi, por lo que no era prioridad en ese entonces ir a “airear” a mi guagua.
Ahí estaba, una tarde de primavera, como los mocos colgando por la alergia, pero ventilándome. Nos hizo bien.
Como he sido una persona introvertida toda la vida (quien ya me conoce sabe que eso NO es así), no dudé en hacer amiguitos para el Rena, y así comenzó una rutina diaria de conocer el entorno, los amigos, los estímulos y, por supuesto, el enfermizo amor por los perros.
Cuando llegamos por primeva vez, el pepi apenas se sentaba y más de una vez quedó boca arriba, acostado, cuando perdía el equilibrio y terminaba desparramado en la mantita que le regaló su nina para jugar. Para él no fue complejo el tema de estar con otros niños, porque va a la sala cuna desde los seis meses, así que se sentaban en las mantitas todos e interactuaban en la medida de lo posible. El tema era compartir. Y pucha que se pelea por compartir en la plaza!
Cuando el pepi fue más autónomo y comenzó a gatear, iba a buscar lo que le interesara, generalmente juguetes ajenos, obvio, si el pasto del vecino SIEMPRE es más verde. Y así comenzaban los llantos, las malas caras y una ahí, tratando de acallar al retoño y convenciéndolo de que sus juguetes eran igual de divertidos. Y no pasaba nada. Al comenzar a caminar, fue peor, porque iba donde él quería y no donde yo pretendía llevarlo: lejos de las cacas de perro, de los basureros y de la calle. En ese tiempo el pepi aprendió a comer tierra, a chupar las palas, a jugar con collitas de cigarro que más de una vez quiso meterse a la boca, a chupar ramas y a besuquear perros. Hasta una paloma le hizo caca en su pelo y ropa. Bastaba darse vuelta a saludar a una mamá y él desaparecía casi por arte de magia, como que disfrutara, y hoy también, de arrancarse para que yo corra como mensa tras suyo y él, feliz.
Es tan divertido ver como estas cositas chicas interactúan, como van conociendo las caras de otros niñitos que empiezan a ver como parte de su entorno más cercano, a quienes quieren y con quienes también pelean. Si no es por un balde, es por un coche, por un peluche, por una muñeca, por la colación, por todo. Pero yo tengo una premisa que comparto con mamás que voy conociendo: en la plaza TODO se comparte, desde la colación, los pañales, las toallas húmedas, los datos, los panoramas, las picadas, TODO, hasta los hijos, que uno deja “encargado” para cruzar a comprar el agua que se quedó o la colación que no alcanzó.
Para nosotros, la plaza es parte importante de nuestras vidas, porque a veces una como mamá se siente superada en su labor y compartir experiencias con otras mamás sirve mucho. Sirve para despejarse del tedio de la casa, sirve para mirar a los pepis jugar, sirve para la vida. Porque EN LA PLAZA SE HACE COMUNIDAD: una goza ver crecer a los críos propios y a los otros, a esos que ya conoces hace casi un año y que son parte de tu vida, porque se transformaron en los primeros amiguitos de tus hijos y esperas que lo sigan siendo por harto tiempo más. Qué lindo escuchar a otros niños llamar a tu hijo cuando lo ven, cuando se acuerdan de él, o cuando nos juntamos en nuestras casas porque el día simplemente no está para plaza.
Hace más de un año nos hicimos esa rutina con el pepi. Se acaba el trabajo, se acaba el jardín y partimos en coche a la plaza hasta que sea hora próxima a comer o si el viento nos echa.
Me da igual si pisa caca, si se mancha, si come tierra, si le dan una galleta, si chupetea botellas de agua que no son suyas, si pelea, si quiere estar en brazos, si se arranca, si bota el tete y se lo mete sucio a la boca, si lo caga una paloma, si lo chupa un perro. Verlo disfrutar, verme disfrutándolo, ver cómo juega con sus amigos, ver como yo forjo lazos con sus madres, ver como ambos hacemos comunidad basta.
Yo quiero que mi hijo tenga una infancia feliz, con recuerdos lindos, como la mía. Quiero que sepa lo que es jugar con los amigos de barrio y con sus primos que también van para esa plaza, lo que es ir a tomar once a la casa de ellos, de correr, de cansarse hasta quedar transpirado. No lo quiero encerrado en casa sumido en el teléfono y en la tele, quiero que cree, quiero que pinte, que desordene, que manche, que se ría cuando sabe que lo que hizo está mal, que sea un niño.
Lo quiero niño, lo quiero feliz, lo quiero con sus amigos, con su primos, que disfrute cada instante de esta niñez que cada vez dura menos.
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La plaza… definitivamente un mundo aparte y totalmente descontaminado de la modernidad que a ratos nos hace olvidar lo rico que es disfrutar la simplicidad de las cosas. En mi caso, ansiando la llegada de días más cálidos acá en Concepción para salir a disfrutar con mi beba del aire puro y encontrar nuestra plaza ideal en un nuevo barrio.
Pd: Cada vez se va poniendo más interesante tu espacio…
Me encanta leerte!!!! Un abrazo!!
Por eso me encantan los días más cálidos. Mi babyshrek le encanta la plaza y una de las primeras cosas que dice en el día es “resfalín”. Lo repite como mantra para convencerme da salir a culaquier hora, y en estos días cálidos, lo logra.