
Confesiones de mamás Nº 7: mi embarazo y cuando nació el Pepi
¿Es cierto eso que cuentan que hay algunas mujeres que sueñan toda su vida con ser madres como lo dice el típico comentario “si ésta nació pa’ criar”?
No es tan así.
Yo tuve el deseo de ser mamá, pero no como el leitmotiv de mi vida, aunque ahora no la concibo sin mi pepi. Sí era un plan a futuro, es más, me quería casar embarazada y no resultó, porque la salud me jugó una de las tantas malas pasadas y no pude llevar a cabo mi plan secreto, porque así lo fue, como la campaña por el pepi, que se guardó bajo siete llaves.
Mi vida, para quienes me conocen, es variopinta, como mi carácter y una de las cosas que me hacen ruido son las casualidades, me sacan de mi estado zen, que es ínfimo. La posibilidad de quedar embarazada sin planearlo, simplemente no era una posibilidad. Y no solo por un capricho juvenil. Tengo un síndrome raro que me afecta el colágeno y las articulaciones y tomo medicamentos para eso, que son fuertes y afectan al feto, por lo que debía dejar de consumirlos y asumir los dolores que vendrían si me embarazaba. Pero como era por un bien superior y tengo una GRAN resistencia al dolor, lo asumí bien estoica y preparé mi cuerpo para la llegada del pepi, el que yo siempre soñé como UN pepi y no UNA pepa. Esto no es por ser machista, al contrario, sino porque soy lo más alejado a una madre de una niñita: no me gusta el rosado, me cargan las barbies, no me pinto las uñas, no me gusta el shopping ni comprarme ropa, no tengo paciencia para vitrinear y no colecciono ni zapatos ni carteras. Ese concepto de “antes muerta que sencilla”, para mí no corre, ya que si de este pechito dependiera, estaría la vida con pijama y descalza. Y eso se me viene a la cabeza cuando pienso una niñita, no lo puedo evitar. En cambio el pepi, es el pepi. Brutito, regalón, mamoncito, rudo, bueno para barrer, doméstico (ya que pasa el paño y ahora la aspiradora) y al lote, como la madre. Justo lo que necesitaba para preparar mi cuerpo y poder embarazarme.
Además de dejar mis medicamentos permanentes, fui a la nutricionista, quien es mi amiga ahora, y me dio una pauta de alimentación que me hizo bajar rápido de peso. No es que estuviera gorda, yo sí soy grande, pero era mejor pesar poco para que cuando subiera, mis articulaciones no se resintieran tanto. De esa manera, mi embarazo comenzó conmigo bien delgada y seguí bajando, porque lo pasé más o menos en mi estado de gravidez. No tanto para morirse, pero sí para molestar:
Primer trimestre: vomité más que el exorcista y escondida, porque no avisé hasta las 12 semanas por ese temor de ser madre primeriza y que pase algo, por lo que el pepi partió siendo un gran ataque al colon. No podía comer casi nada y menos oler cosas. El pavo era lo peor del mundo, no podía ponerme perfume ni nada. Sí recuerdo que me dio por comer naranjas al por mayor, mínimo dos diarias. Se me hacía agua la boca de solo pensar en su nombre. Y no tenía casi nada de guata.
Segundo trimestre: lo recibí sin vómitos, pero con una acidez que no me dejaba comer NADA aliñado. Debía tomar un antiácido en gel tan malo, que me daba arcadas, así que volví a la clásica pastilla que se deshacía en la boca. Comencé a ir al gimnasio una vez que el pepi ‘se afirmó’. Contamos la noticia y supimos que era niño, y bien cabezón. Terminando el trimestre se asomó algo el vientre y seguía ocupando mi ropa normal, que hoy apenas me cruza y no estoy embarazada.
Tercer trimestre: adiós acidez por fin. Pude comenzar a comer algo más, aunque no podía comer lo que más se me antojaba: ceviche. Comenzó el calor y me metía a la ducha en la madrugada para mojarme la guata y poder dormir algo. Nunca se me hincharon los pies, conocí los pantalones de embarazada y me dio una pubalgia que me tuvo casi todo el prenatal en cama. Si alguien no conoce ese dolor, ni se lo imagina, porque no se lo daría ni a mi peor enemigo.
A las 38+6 un 23 de febrero de 2015 me hicieron una cesárea programada, ya que por mi condición era complejo un parto normal porque mi cadera es rebelde y se tranca, se subluxa y duele mucho, junto que no tenía gana alguna de tener un prolapso interno. Así, mi pepi, que igual a un dondo, vio la luz a las 13.02, sin ninguna mugre ni restos de nada, venía limpecito, suavecito y calentito.
Todavía recuerdo cuando me lo pusieron al lado de mi cara, mi corazón estaba latiendo a mil por hora, sentía que se me podía salir en cualquier momento. Venía tapado sólo vi su carita y fueron a pesarlo y medirlo y ver su apgar y todas esas vainas asociadas al nacimiento. 3,4 kg. de ricura y 50,5 cm. de belleza sólo para mí, junto a una cicatriz en mi vientre que me recuerda a diario que la cesárea también es parto, aunque a muchos no le guste. Yo parí igual que una mujer que tuvo parto normal, con la diferencia que yo además tuve una cirugía mayor, que se hizo presente una vez que se terminó el efecto de la anestesia.
Yo no me puedo quejar. Como se dice en buen chileno, quedé como tuna. Me dijeron que no podía hablar hasta el día siguiente. Para mí, eso es imposible. Me operaron a la hora de almuerzo y a las 5 de la tarde cacareaba como cualquier día. Me dijeron que me iba a poner como un globo aerostático y de verdad, no me pasó nada. Yo figuraba de brazos cruzados, en la pieza, con ganas de comerme hasta la vereda de enfrente y esperando a mi Pepi que lo trajeran a mi lado, porque yo tuve que quedarme un momento en recuperación, donde la matrona de turno me apretó tan fuerte el estómago, que boté todos los fluidos que quiso que botara. Y eso me dolió.
Por protocolo me sondaron, cosa que pedí que no hicieran, pero era parte del combo que venía con la cesárea. Como soy porfiada, logré que me la sacaran pronto y, como podía caminar perfectamente, no había inconvenientes para ir al baño sola.
Podría escribir tanto más sobre esos días que estuve en la clínica, pero prefiero terminar con unos consejos para quienes todavía no llegan a ese momento:
1.-Pieza sola: si tu plan te paga todo, pero debes compartir pieza, ahorra un poco y duerme en una pieza sin un desconocido al lado separado por una cortina. Es un momento muy íntimo y nuevo para escuchar una guagua ajena llorar y ver a visitas que no conoces.
2.-Lleva cosas ricas para comer. Yo tuve un tremendo contrabando de cosas ricas y poco saludables.
3.-Que las visitas vayan a la clínica y no a la casa los primeros días.
4.-Llevar entre las cosas para tu pepi, un tete y un tuto.
5.-Pijamas de respuesto, ya que uno bota mucho flujo.
6.-Que los días de permiso legales del papá, idealmente los guarde para la casa, porque otra cosa es con guitarra.
7.-Los pañales NUNCA están de más.
8.-Si te regalaron mucho de lo mismo, junta todo y anda solo una vez a cambiar todo.
9.-Delegue, aunque cueste.
Disfruté de principio a fin tu experiencia. Sin duda, es un proceso que jamás se olvida.
¡Saludos!